El serbio Novak Djokovic (37 años) arrebató el oro olímpico al español Carlos Alcaraz al batirle en una durísima y sensacional final disputada en la pista central de Roland Garros en la que nadie dio su brazo a torcer y que se decidió en dos tiebreaks, 7.6 (3) y 7-6 (2), en 2h.50'. El murciano (21 años), que regresará a casa con una plata en su primeros JJ.OO., no tiene que reprocharse absolutamente nada porque el color de la medalla se decidió por detalles y por la fe inquebrantable de un Nole que sabía que era París o nunca. Carlos no tenía esa urgencia que llevó al balcánico hasta sus límites.
Si alguien tenía presión en esta final desde luego era Novak Djokovic. El serbio, en su quinta presencia en los JJ.OO., había perseguido con ahínco una medalla de oro que siempre le fue esquiva. El bronce de Pekín’08 era calderilla para aun campeón de su talla y había estrellado sus sueños dorados una y otra vez: contra Rafa Nadal, contra Andy Murray, contra Juan Martín del Potro y contra Pablo Carreño. Con 37 años, era París o nunca.
Tanto anhelaba el oro Nole que su paso por el quirófano después de Roland Garros para reparar un menisco dañado respondía a un interés para estar en Wimbledon, sí, pero sobre todo para llegar a punto a la cita olímpica y tener una oportunidad más de llenar el único hueco vacío de sus vitrinas. La protección en la rodilla derecha que lucía en la final atestiguaba esa lucha.
Llegaban Alcaraz y Djokovic, los dos favoritos como segundo y primer cabezas de serie, igualados a todo (3-3 en el cara a cara y 1-1 en tierra batida) pero con un precedente muy favorable al español, la final de Wimbledon en la que desarboló por completo al serbio, impotente para resguardarse del chaparrón desatado por el murciano. Y otro intangible más a su favor: el vigente rey de Roland Garros es Carlitos, y la tierra de la pista Philippe Chatrier, escenario de la final, de algún modo le pertenece.
Las gradas, a reventar como no podía ser de otra manera en un choque de este calibre entre dos gigantes, de un lado el joven que ha puesto patas arriba el status quo del tenis y que está llamado a devorar récords y por otro el mito que en el ocaso de su carrera ha atesorado 24 títulos de Grand Slam y nunca tiene bastante. Mucho aficionado español pero también muchos gritos de “¡Nole, Nole!”, consciente el público de que su carrera está incompleta sin el título olímpico.
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Y desde el primer punto ambos mostraron que iban a exprimir todo lo que tenían, dando una masterclass: saques poderosos, abriendo ángulos, soltando tremendos palos, dejadas, contradejadas, todo a un nivel superlativo. Carlitos tuvo una primera situación comprometida, 0-40 en el cuarto juego, que levantó dando paso a la primera muestra de contrariedad de Nole, que el público le afeó. Y acto seguido fue el serbio quien pasó apuros, salvando tres bolas de break. Nadie cedía. 42 minutos para sólo seis juegos soberbios, 3-3.
El noveno ‘game’, con 4-4, fue otra barbaridad interminable, con Djokovic agarrándose a todo para salvar cinco bolas de break y mandándole un claro mensaje al español: iba a tener que picar mucha piedra para vencerle. Con 5-6, Nole dispuso de una bola de set que Alcaraz salvó. Una pelea así merecía un tiebreak para decantarla.
Un resto descomunal a la línea lateral sobre un segundo servicio se Alcaraz y leer bien una dejada para responder y acabar con una volea cortada bastaron a Nole para ganar el desempate (7-3) y verter la primera sangre. El set inicial, vibrante y larguísimo (1h.33’), para un Djokovic que había salido incólume de ocho bolas de break.
No varió el guión en la segunda manga aunque, consecuencia lógica del cansancio que empezaba a hacer mella, ambos cometían algún error con mayor frecuencia. Pero nadie daba la menor muestra de flaqueza y el nivel de juego continuaba siendo estratosférico. Una sola bola de break en todo el set, salvada por Alcaraz, y a un nuevo tiebreak.
De nuevo le salió cara a Djokovic, que cometió menos errores para cerrar por 7-2 y culminar el sueño de una vida, que celebró tumbándose en la tierra de Roland Garros y deshecho en lágrimas.